Estío (Del libro “Cántico en elipse”, publicado por Editorial Celya en 2011)

En el estío rotundo se sentía en sí misma
la Tierra, que adoraba los fondos y las formas,
la curvatura exenta de la luna en la noche,
los tallos del anhelo, los pájaros del cénit.
Era la vida buena, la transparencia dulce,
y era la armonía aquel primer desvelo
que creaba en mí el signo de la naturaleza.

¡Hambre de amigo solo saciaba con un nombre!
Todos los llantos nuevos de adolescencia hería
la noria de unas letras. Manantial inefable
son mis ojos, pregonan intacta esta memoria
porque el pecho a su guía reconoce y responde.

El corazón fraguaba la comprensión profunda
hallándose en los trazos de cítara de un cielo,
desplegando las voces inocentes del pulso,
mirando vastas sendas de la unidad posible
-lo imposible no pudo ceñirme la cintura –
y como algarabía yo me mostraba entonces.

Primitivos arroyos dormían por mi carne,
ellos me prometían olor de arquitecturas,
levantar las montañas de su raíz de ancestros
y mover las pasiones por contacto de hombros.
Los días, uno a uno, se multiplicarían,
la savia de un saludo cambiaría los gestos.

Yo pensaba en anillos engarzados y abiertos
de forma que cupieran en ellos más anillos.
Amaba sin medida, sin forzarme, cantando,
de par en par los bronquios, tal era la belleza.
Amaba, y por el alma germinaban celindos
y jazmines, mejillas y manojos de iris.

Mi cabello era hiedra, infinito sin sombra.
Me sentía horizonte del agua, de llanuras
y de mínimas voces de jardines o cumbres,
un gen que conversaba con demiurgos tatuados
en las líneas del aire que rondaban los dedos,
con brotes de timbales en pegasos de nubes
y con auras del rostro de arterias que fecunda
embriones que crecen y arrugas que conviven.

Bastaba la existencia, bastaba la persona
excelente, querida: sensación de gorriones,
hormigas, elefantes, delfines y culturas,
caballitos marinos de baile desgranado,
esa fórmula múltiple que es la misma ley.

¡Amor, ágil estreno de un mundo por el mundo!
Yo buscaba caricias entre las estaciones,
soñaba verde plata en los chopos de copas
en clave, don de origen y de feliz regreso.

Y fui como quería el yunque de mis labios,
me forjaba inerme la vida sin fronteras.
Quizás es suficiente, pero tengo nostalgia
de mi primera lengua, de mi primera herida.


Maternidad (Del libro “Cántico en elipse”, publicado por Editorial Celya en 2011)

Tuyo es mi tiempo, mi recién nacido,
tiempo chiquitito y grande, cariño.
Te beso las manos, también los ojitos,
puedo acurrucarte en mí, niño mío.

Tú eres quien importa. Y este amor nuestro
es fuerte y profundo, aplacará al viento,
es signo del mundo y el mismo universo
te dará la estrella que guíe tu centro.

Viniste amoroso del deseo íntimo,
del abrazo abierto, de los besos líricos,
de la noche clara que se hizo himno
y de la mañana, del parto bendito.

Te contemplo, lleno mi corazón nuevo
con todas las nanas, feliz, con destellos
de todos los seres y con los secretos
donde te revelas, donde me revelo.

Tú bebes en lunas que parecen ríos
y tus sueños plácidos para mí son místicos.
Cuando estás despierto, por tu cuerpecito
aletean hadas que ríen con ritmo.

Tendrás que aprenderte las letras de un cuento
y tu padre y yo te educaremos
por igual, tu padre será un maestro
que se mire en ti, como yo, en tu acento.

Tendrás ropa y casa, comida y amigos,
irás a la escuela, verás tu destino
cuando llegue el día, harás tu camino
contando con todos, con todo, con mimo.

Tú comprenderás que el amor sereno
nos salva, nos mueve, derriba los miedos
de la cobardía, hallarás lo bueno
cuando tú converses. Sé siempre sincero.

Te entrego mi yo y todos mis libros
y te muestro un mapa con muchos sonidos.
Búscate tu música en los pergaminos
que encuentres y piensa que has de ser tú mismo.

Puede que te enfrentes con duendes traviesos,
con monstruos de trapo, puede que los sueños
te alivien errores, puede que haya inviernos,
pero en el invierno la nieve es un juego.

Tuyo es mi tiempo, todo el amor mío
es una paloma porque estoy contigo
y como una rosa humana me inscribo
en tu frente lúcida. Yo te amo, hijo.

Porque te protejo mi vida protejo.
Instinto, razón, dulces sentimientos
nacen y transcurren, ofrecen espejos
de sabiduría. Vibran nuestros ecos.

Por eso tú existes, me escribes y escribo,
por eso tú quieres con tu amor de niño
y serás un hombre con amor vivido,
por eso tú y yo estamos unidos.


Cuento naranja

Él cuidaba el jardín. El naranjo desplegaba su azahar de primavera y los tordos del tejado se atusaban las plumas para no desentonar con la fragancia. Los gatos también ronroneaban de placer. Mientras, ella cosía en su sillita de enea junto al naranjo. Miraba a su marido de vez en cuando. Sesenta años juntos, cinco hijos, dos nietos, nueras y yernos propios o de los hijos, trabajo duro a lo largo de tantos años, posguerra donde incluso comieron cáscaras de patatas, dictadura interminable, democracia asentada. Él cantaba un bolero con su temblor octogenario y entre estrofa y estrofa le hacía guiños a su mujer. Ella le respondía con gestos nostálgicos que abarcaban todo su cuerpo.
Una cigüeña se posó en el tejado de la casa. Luego dejó caer un papel grande ante los ojos atónitos de los dos, que la vieron alejarse. Una naranja enorme dibujada en papel amarillento contenía un poemita inscrito. Él reconoció su letra, y ella recordó la primera declaración de amor de su marido en aquellos versos que condujeron a su noviazgo. Se abrazaron llorando. Entonces el naranjo se llenó de frutas sin esperar más días. ¿Era un milagro o soñaban?
Cuando llegó la noche, el hombre y la mujer se acostaron en el tálamo y se besaron como si fuera la última vez, creyendo que tal vez el naranjo y la cigüeña les habían hecho pasar sus vidas enteras delante de sus ojos para marcharse los dos lejos. Pero no fue así. Amaneció y ambos recogieron en un cesto las naranjas maduras. La cigüeña continuaba pintando el cielo, los tordos charlaban y los gatos no tenían ninguna prisa por marcharse de allí.
Al atardecer, el naranjo se cubrió de cerezas. ¿Por qué brotaban cerezas en vez de naranjas? Las recogieron nuevamente en el cesto y se fueron a dormir.
Al día siguiente al naranjo le crecieron melocotones. Otra vez llenaron el cesto. Pasaban las estaciones y sin descanso aquel naranjo les regalaba diferentes frutas. El hombre y la mujer se acostumbraron al prodigio y decidieron vender las frutas en su casa por un módico precio, pues los paisanos del pueblo decían que aquellas frutas sabían muy bien. Así la pareja de ancianos, que cobraba una pensión pequeña, se alegraba con un dinero añadido que les ayudaba un poco.
Peras, plátanos y frutas tropicales, albaricoques, manzanas…Y un año más.. Se enteraron del asunto las empresas con investigadores en el ramo e intentaron poner en marcha plantaciones de naranjos a partir de muestras del naranjo del matrimonio. Pero no les funcionó. El Gobierno, por otra parte, permitió la venta de las frutas a los dos viejecitos, a pesar de las leyes que prohibían trabajar a los jubilados.
Cuando los ancianos, ya centenarios, se levantaron una mañana de mayo, el naranjo llamó silbando a la cigüeña y ésta creció hasta recoger en sus alas a los abuelos, para llevarlos a un paraíso. Nuevas generaciones de tordos y gatos vieron a la descendencia del matrimonio recoger diariamente las frutas del naranjo alegre.