UN PARAÍSO

Busqué refugio en tus pensamientos
anhelando que repararas en mí
atesoré cada uno de tus movimientos
para poder acordarme de tí

Soñé cada noche con tu presencia
perdí mi razón que se tornó locura
esperando tus caricias en tu ausencia
hasta que llegaste a mi derramando ternura

Me perdí en tu sonrisa
me prendé de tu mirar
tu piel fue el lugar de mi reposo, sin prisa
supe que tu perfume era mi hogar
cada vez que morían tus suspiros
navegando al compás de los míos.

Surcamos caminos hacia la luna
desde nuestra encalada casa
allí tenemos la inmensa fortuna
de acariciarnos el alma

Recorrimos juntos senderos
nos empapamos de paisajes
gastamos el camino de recuerdos
y en nuestra espalda ligeros equipajes

Fundamos un hogar a nuestra medida
lleno de árboles, mar y cielo
calor para nuestras acometidas
y comprensión para nuestros anhelos
nuestra casa siempre guardará
ese amor que nos sobrevivirá

Fundimos los cuerpos en la arena
la playa respiraba en calma
sentí tu pulso en mis venas
la brisa nos sopló en la cara

Besé tu cuello con pasión
acariciaste mi nuca con deseo
vertí en tu mirada mi amor
y rompimos todos los miedos

Las palmeras custodian nuestra morada
la luna espía nuestro descanso
tu alma y la mía permanecen ancladas
en un eterno remanso
compartimos rito para que nada nos detenga
afianzamos la vida juntos sin muros que la contengan


ESCRIBIR

Escribo por el placer de desaparecer
Todos deseamos ser invisibles en algún momento
Pasar de puntillas por desasosiegos y olvidos

Observar desde la distancia como se vive mi ausencia
Disfrutar de los raptos de la pasión en el recuerdo
Evocar tus lisonjas, nuestros besos
Para no olvidarlos al estar contigo
Para revivirlos cuando te alejas

Escribo por el placer de volver
Deleitarme con tu recuerdo en mis poemas
Despertar las viejas ternuras
Que llenan nuestra existencia


UN HOMBRE VENCIDO POR UNA PALABRA

¿Cómo te sientes papá?, le pregunta su hijo que lleva un niño de tres años en brazos. Renato quiere expresarlo, pero a sus noventa y dos años, a pesar de tomar tantas pastillas para no perder la memoria, no es capaz de recordar esa palabra, no la puede pronunciar.
Están en el salón de su casa, se dirigen a la mesa redonda, amplia, de madera de nogal. Renato observa a todos a su alrededor, conoce sus caras, sabe que son especiales para él. No sabe sus nombres.
Han terminado de cenar. Muchos ya están de pie charlando. Algunos fuman. Los niños pequeños lloran de cansancio. La mujer de Renato le abraza, su hijo mayor inmortaliza ese instante con una fotografía.
Llega la tarta repleta de velas encendidas. La dejan sobre el mantel. Renato mira con asombro, sus ojos brillan, se va fijando en cada uno de los familiares que le rodea. No sabe qué decir.
Todos le instan a soplar las velas. Suelta a su nieta más pequeña, que tenía cogida en brazos. Se inclina sobre la mesa. Sopla con todas las fuerzas de las que dispone. Las velas se apagan en cascada y la familia aplaude con fervor.
Sólo articula unas palabras:
— ¡ Venga, ya!
Está muy cansado. Sonríe con gratitud, recibe abrazos, besos, deja resbalar una lágrima por su cara. Observa caras sonrientes, todos le miran, se siente el centro de atención. No sabe cómo describir aquel momento.
Pero una parte de sus pensamientos, un rincón de su cerebro, es capaz de recordarse a sí mismo en su pueblo, en la escuela, cuando él tenía diez años. Allí, sentado en su pupitre, el día de su cumpleaños, sus compañeros le felicitaron en clase. El maestro les habló sobre García Márquez, sobre el triunfo de la vida, sobre la felicidad. ¡Esa, esa es la palabra! ¡FELICIDAD!
La acaba de rememorar. En ese momento, se da por vencido. Pronuncia unas palabras, en bajito, apenas se le escucha:
¬¬ — Soy feliz.