PARADOJAS DEL TIEMPO (REFLEXIONES A DESTIEMPO)

Mi imagen habita la playa inferior de un reloj de arena, una duna caprichosa.
El tiempo se filtra por la grieta creciente abierta en el cielo ocre
y se le viene encima como un alud, sepultándola en un desierto
de recuerdos dudosos. La arena es el tiempo pulverizado
que he perdido o que no tuve o que no existió.
Y me mimetizo con ella quizá como algo
que tampoco fue, o no es. No fui.
No soy porque no fui,
no seré porque
no soy.
El reloj
de arena es el espejo
anudado donde se ahoga
el presente, que solo es un estrecho
orificio inapreciable que vomita tiempo
desde un futuro que no ocurrirá jamás hacia un pasado
que no ha sucedido. El reloj de arena, con su figura de ocho
erguido, desafía al infinito, lemniscata, ocho perezoso que espera
al tiempo en decúbito pasivo. Dudo si estoy ante un espejo o ante una ventana
al vacío. El reloj de arena difumina mi figura especular o emborrona mi vista cansada.
… El tiempo solo hace pasar ante la vida, sin detenerse.
La vida solo hace pasar ante el tiempo, sin vencerle.
Cuando ya solo soy el tiempo que me queda
y el espacio que me sobra,
no tengo recuerdos,
solo evoco al que
no he sido
todavía.
El tiempo se rompe:
ya solo
es
una
gota
que
cae
en
la
na-
da

Postdata escrita en el vacío: La sevicia del tiempo es una contradicción de la vida; la vida es una contracción cruel del tiempo. Me alejo de mí y me descubro como una inerte espera ajena al tiempo exterior desde una esquina de mi tiempo.


POEMA ERÓTICO

El aire se fracciona en alientos incendiados
de miles de iones que se atraen.
Tus ojos se aferran a los míos
en una mirada lánguida, entornados
a la espera de perder su órbita.
Mi lengua explora una boca de aguas espumosas,
enredándose en la tuya, en una lucha infatigable,
hasta que ambas abandonan el mar embravecido
para saborear otras tierras y lugares.
El roce de Eros erige sobre tus pechos
dos pezones desafiantes que embisten mis labios
y dibujan libídines en los erizos de mi piel.
Mi abrazo te abarca de arriba abajo,
te recorre la espalda que se curva forjada
al contacto de mis dedos hirvientes,
después se eleva hacia las nalgas poderosas
mientras tú me rodeas con mil manos.
Palpita tu vientre con un grito umbilical,
las caderas se contonean al ritmo de Terpsícore,
los muslos le dedican un aplauso trémulo.
Del monte encantado emerge Venus,
envuelta en rizos de azahar, me transporta
hacia una sima chorreante, inabarcable,
de la que no quiero volver a salir sino yacente.
Me reduzco entero a un pedazo de mí,
me inmolo con una explosión
que condensa la eternidad en un relámpago
mientras las sábanas se agitan,
tu cuerpo tiembla y se desvanece…
y todo acaba donde todo empieza
de nuevo, cada vez.


SIEMPRE EL MISMO DISTINTO RÍO

Por el viejo cauce
transcurre un nuevo río
cada vez.
Costumbre incierta
que escapa
mientras permanece.
Frontera que une
quietud imparable
corriente aferrada a la orilla.
Es el río paradoja.

Satisfecho de diluvios
ofrece su maná a acémilas sedientas
siembra de colores los campos amantes.
Famélico en la sequía
se retuerce en meandros
abrazado por una tierra que aridece.
Lienzo en el que se dibujan temblantes
los árboles que abanican sus riberas.
Espejo donde las nubes, ninfas umbráticas,
reflejan con desdén su voluble silueta;
donde la luna, en su obstinado noctambular,
se balancea alentando el sueño de los peces.

La ciudad se entrega a él abriendo sus piernas
para que la inunde con su semen
y la fecunde de vida.
A veces la hiende y desgarra sus entrañas
en sangre y muerte.
Todo río lleva un Ganges y un Nilo
en su subconsciente.

Yo mismo soy un decurso fluvial,
mezcla, duda, paradoja
entre el Ega y el Guadiana
remando sobre poemas
buscando no sé qué mar.

Me despido de él cada atardecer
desde el viejo puente. Cada mañana
le saludo, aún convaleciente de la noche,
pero ya despierto, vivo.

Y sigue ahí
siempre
el mismo
distinto
río.