Yo, humilde:

Me trae nuevas ofrendas
y presentes cada día.
Detalles, regalos, nimiedades
que con gran esmero guardo
en el baúl del corazón.

Es todo tan tierno
y patético a la vez.

¿Cómo impedirle?
¿Cómo rechazarle
estas pequeñas alegrías?
Esta dicha….
¿Cómo decirle que no las
necesito, que no las voy a utilizar
jamás?

Que ni ella es un Rey Mago,
ni yo Jesucristo,
ni estamos en Belén.


Libertad parisina:

Mi carta más de arruga y risa:

A la mujer francesa de Nueva York,
que acabó la desgraciada
con óxido hasta en las venas.
Le pesaban demasiado corona, túnica, antorcha
y libro
con los excremetos
de las palomas.

Su verde esperanza, esmeralda
acabó mustio
de pena.

A la mujer, de rostro romántico y París,
deja en suelo sucio tus pertenencias,
desnúdate y baja
del pedestal en el que te subieron.

Ojalá te hundieras tú
con cuchilla, si cobardía
en el mar
que siempre observaste
y tiñeras con tu sangre
toneladas de agua, océanos ,
ríos
y manantiales.

Empapando al mundo con
una sola auténtica y bonita libertad:
Tu muerte.


Comerciante holgazán:

Amanece temprano el Sol,
cubierto yo de harapos y pulgas.

Mis bostezos eternos me advierten de algo.
Quizás mi final, quizás sólo duda.
Una duda e incertidumbre que me castiga
con un látigo infinito del que mi espalda no se libra
y menos mi cuello
que es carne de yugo que no se resiste,
un viejo perro amaestrado…

¿A caso soy Buey y los campesinos me utilizan?

Soy campesino, eso bien lo sé:
Buen mercante, me digo a mí mismo y todo el mundo se ríe.
Se burlan de que yo perezca, de que desfallezca
y no vuelva..

Pero, un momento, me mojo la cara:

No, es sólo pereza.