Y entonces llegó ella.

Solo recuerdo que llovía. Recuerdo el sonido de las gotas insistentes contra el capo del coche y contra el asfalto. Imágenes borrosas asaltaban mi cabeza. Una terraza, una chica, dos cafés y una discusión horrible. Unos ojos color miel, bañados en lágrimas de impotencia y dolor. Unos nudillos magullados, por querer romper la realidad a golpes y encontrarse una y otra vez con una pared fría e inmóvil. Una persecución ridícula. Un mar de gente y dos cuerpos a la deriva…
Y como la isla desierta que consuela y ahoga las ilusiones del náufrago, me recuerdo en un bar, viendo cómo se derramaban las últimas gotas de esperanza, jugando con los hielos del cuarto vaso. ¿Que como sé que era el cuarto vaso entre tanta laguna mental? Porque con el quinto llego ella. Con un ojo morado y el labio hinchado. Se acercó a la barra a pedir hielo y me encontré sin querer ofreciéndome a invitarla a un trago, “para curar las heridas, ya sabes”, acerté a decirle con la poca vida que habitaba entonces mi cuerpo. Y entonces brindamos, bebimos y termine de perder la cuenta y el sentido.


Las promesas de un poeta.

Vi un papel muerto de frío,
Quise abrigarlo en letras.
Me dijo: tío,
Lo siento pero desconfío,
De las promesas de un poeta.

Le dije que lo sentía,
Que no era culpa mía,
Yo solo era marioneta
En manos de las musas
Dueñas de una mano inquieta.

Vi un bolígrafo a su lado
Medio seco y desgastado,
Sin capucha y marginado.
Me dijo hijo escucha,
Que en la lucha,
Rara vez importan
Las heridas de un soldado.


Me cago en el amor.

Cuando se acaba la partida
Yo me cago en el amor,
Me rio de la vida
Y su sentido del humor.

Cuando quema el fuego
Bombea fuerte el corazón.
Cuando prende el ego
En quimeras de ilusión.

Me deshago en un suspiro
Una lágrima en un lago,
Otra frase sin sentido,
Otra estela que en su día fue camino.

Un futuro, que envejece Sorprendido.
Un pasado ya cansado,
Olvidado,
Padre de los hijos del pecado.